Y aún en las noches más obscuras el cielo nos alumbra

A veces no vamos en busca de los sueños, andamos en busca de encontrar un espacio al cual pertenecer solo como persona.

Yo, al igual que miles de migrantes, hemos tenido que ser caminantes de un destino inesperado, y en el camino, nos encontramos los unos a los otros en pocas prendas, con miedo, con mucho menos de lo mínimo para sobrevivir, viviendo en el frío y en el calor como pocos lo conocen.

Y aún en las noches más obscuras, sé que el cielo nos alumbra y nos regresa un poco de la esperanza que perdimos desde el momento en que partimos de casa.

Hace varios años que decidí recorrí el camino más difícil de mi vida, el más sinuoso, con la única finalidad de encontrar una oportunidad para mi familia y para mí, y aunque por ahora no pisamos el mismo pedazo de tierra, en la distancia nos hemos vuelto más unidos, más agradecidos. Mi historia es una entre miles, sin finales felices, sin finales lamentables, pero no por ello menos dolorosa.

Tuve que dejar todo lo que más he querido, pero sé que no he perdido. Mi esposa y mi hijos han sido mi fuerza, y gracias a ella, por su participación en una de las Parroquias del Pueblo, a nuestro hogar nunca le faltó el alimento en mi ausencia.

No sé quien me lea, no conozco tu rostro, pero escribo para agradecerte porque sé lo que significa dar lo poco o lo mucho que uno tiene para extender la mano a alguien más, o muchos más.

Tú, sin saberlo quizá, no sólo le extendiste la mano y un poco de tu recurso a la Iglesia, se lo diste a mi esposa, a mi familia, a mis hijos, y a mi, a mucha gente que tiene una historia que contar.

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Historias de generosidad

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